Nuevamente la barca se ha acostado
en los valles azules de occidente.
Nuevamente Amroth sueña cansado,
y su llama se extingue lentamente.
En un tiempo el aire azul de Aman
le llamaba con hálitos voraces;
pero hoy su corazón se vuelve con pasión
por caminos angostos y feraces.
Y ahí está él,
horadando la niebla con sus ojos,
vagando su esperanza por los abrojos
de los bosques de Erui y Calembel,
desprendida su mano lejos del cielo,
conteniendo la mar con su pañuelo:
buscando a Nimrodel.
Las gaviotas le ríen al oído:
«triste es la soledad de quien espera».
El pasado que ayer pudo haber sido
hoy en salas oscuras es quimera.
Ruge el viento; se lleva la esperanza.
Los recuerdos le oprimen su desvelo,
y el agua al salpicar le obliga a recordar
esas chispas de plata por su pelo.