A una milla quizá de Parth Galen, en un pequeño claro no lejos del lago, encontró a Boromir. Estaba sentado de espaldas contra un árbol grande y parecía descansar. Pero Aragorn vio que estaba atravesado por muchas flechas empenachadas de negro; sostenía aún la espada en la mano, pero se le había roto cerca de la empuñadura. En el suelo y alrededor yacían muchos orcos.
¿Por qué pasó? ¿Por qué tuvo que ocurrir?
Hora maldita, ¿por qué fue su fin?
Mi buen Boromir, ahora lejos te encuentras;
llegó la hora de partir.
Lejos se oyó tu llamada y la voz
de tu cuerno el cielo rasgó,
mas no acudí yo a tiempo y te hallé
cuando ya no había nada que hacer; yo te fallé.
«Salva, Aragorn, Minas Tirith, mi ciudad.
Yo fracasé. Mi ambición me perdió.»
«No, Boromir, tu victoria ha sido justa.
Minas Tirith no caerá.»
Nienna, óyeme, ruega por Boromir,
cuídalo en su viaje final,
pues yo aún aquí no hago más que llorar.
Mi pesar crece cada vez más, no hay vuelta atrás.
Adiós, Boromir, hasta siempre, fiel amigo.
Siempre te recordaré.
Juro que tu misión cumpliré.